Los lunes eran el final de su paciencia y la presencia de ese hombre le empujaba a la hecatombe que hasta el viernes se afirmaba.
Habían pasado ya cien lunes y quinentas lunas más o menos. O más. Ella se hizo amiga del espejo a base del bosquejo que ensayaba matutina, y aquel tipo imperfecto era perfecto a los ojos de ella; ella, ya agotada de la vista, lo adoraba, lo soñó.
Ese día la lluvia le empapó toda la piel; era viernes. No cualquiera, no era un viernes. Era viernes, el último, el más fiero. Ella se armó de valor y le dijo "Te quiero". Él se echó a reír, como el patán que siempre fue.
Iván
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Qué culero =/
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